El Síndrome del Impostor

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Mi profesión de Mentor de Empresarios conecta con distintos profesionales que han cursado varios años de Universidad y puedo afirmar taxativamente, que no hay profesión que no entregue a la sociedad Diplomados de cada rama que no sufra del Síndrome del Impostor.

Puedo contar interminables casos de médicos, abogados, arquitectos y aún Decanos de la Universidad, que tienen un título pero que no se sienten capaces (o suficientemente capacitados), como para ejercer la profesión. En el caso del Decano universitario, con un título y con muchos años de profesión, puede sentir que no está a la altura de los requisitos y demandas de su nuevo cargo o responsabilidad.

Un cliente con una importante carrera universitaria, muy capaz e inteligente, me dijo esto y me dejé helado:

 

“Intuyo que pronto descubrirán que soy un fraude y que todas las virtudes que me atribuyen son fruto de un error, de una coincidencia, de una solemne equivocación. Soy un engaño, y de un momento a otro todo el mundo lo sabrá… ¿Soy un impostor?

… Pronto verán que mi éxito era equivocado. No soy tan inteligente como suponían”

 

Existen muchas historias de actores y actrices famosos que sienten lo mismo. Aún ganando premios y el reconocimiento de sus pares y del público, la duda los carcome y su autoestima va empeorando y cuanto más son celebrados, más hondo caen en su desesperación.

Pero no es un trastorno de gente exitosa o famosa, sino un malestar por el que pasan millones de mujeres y hombres en todo el mundo. El término, hasta cierto punto ambiguo en su definición, fue acuñado en el 1978 y engloba diferentes tipos de individuos y profesiones.

Algunos de los síntomas pueden ser; pérdida de la autoestima, desconfianza de uno mism@, inseguridad, presión del entorno y flaqueza ante los mensajes de éxito y fracaso que lanza la oferta de diplomas y cursos.

El síndrome o la simple experiencia de sentirse un impostor es una emoción incapacitante, puesto que puede afectar a la libre expresión de la creatividad y suponer un obstáculo para el desarrollo profesional y personal y además, también puede provocar diversos síntomas desagradables como la ansiedad o el insomnio.

Yo también pasé por cuestionarme quién validaba lo que yo estaba haciendo, ya que no había ninguna institución que lo hiciera. También pasé por sentir el síndrome del impostor cuando no podía presentar ningún título de mentor. Entonces, ¿Cómo me enfrenté y cómo resolví ese conflicto? ¿Y qué respuesta tengo para los jóvenes emprendedores que estudian y que temen no hacer bien su trabajo, que se cuestionan si sirven o no en el fondo, para este tipo de trabajo?

Y la respuesta que tengo es… la validación y el confiar en mí mismo, sólo vienen de la práctica y del trabajo. Se hace camino al andar, como dijo Antonio Machado. En la Mentoría, se hace camino andando, con la práctica, con la experiencia y con la consciencia limpia de que seguimos estudiando y aprendiendo.

Yo supe que mi trabajo era efectivo cuando vi los cambios y avances en mis clientes, que evolucionaron que cambiaron su vida, que salieron del lugar donde estaban estancados y pudieron seguir y caminar hacia adelante.

Lo sé por los clientes que volvieron años más tarde, todavía agradecidos, que me buscaron para resolver otros diferentes asuntos, nuevos desafíos a años luz de aquellos por los que me consultaron antes.

¿En qué sirvió mi Mentoría en las vidas de otras personas? Cuando me preguntan eso me acuerdo de aquel empresario de mi barrio que fue uno de mis tantos clientes, que ya había conseguido lo que creía necesitar, pero que nunca terminó la secundaria.

Y quien a los 35 años comenzaba tempranamente la Crisis de la Mediana Edad se sentía muy viejo y no veía el sentido a su vida. Gracias a mi trabajo como su Mentor, volvió a la escuela y salió del pozo en el que se había arrinconado solo, por no sentirse capaz (cuando lo era), por no tener esperanzas porque había internalizado que las mejoras no eran para él, que ya había dado «la vuelta al jamón».

Ahí el Síndrome del Impostor había plantado su semillita, recordándole que todo lo que tenía construido estaba sobre arena movediza, porque él no era “suficientemente inteligente”. Esa confianza que le ayudé a recuperar, de que sí podía encarar el desafío, que no solo podía como que debía. Mi acompañamiento y trabajo, en cosas tanto prácticas como internas, hizo con que un día me llamara y orgulloso para contarme que acababa de recibir su diploma, lo que me llena hasta el día de hoy de orgullo.

Su vida y su yo,  ya no podían volver al lugar pequeño y reducido donde había estado en el pasado, ahora, era ubicarse en su entorno real y a vivir nuevos sueños y  desafíos.

Antonio Bonilla

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